viernes, febrero 03, 2006

Celebración de 25 años prom 80


Por Bruno Alessi

Me piden que cuente cómo fue la fiesta de la promoción 80, la celebración de nuestras Bodas de Plata... y lo encuentro tan difícil. Podría ser fácil tal vez hacer un recuento de lo que pasó ese día. Una descripción, una lista de actividades. Eso es fácil para mí. Pero no quieren eso. Ustedes quieren saber a qué olía el aire justo en el momento que todos nos apretujábamos en el frontis de la iglesia para tomarnos la foto. Tú quieres saber cuál es ese color hermoso con el que yo compararía la sonrisa de Mónica disfrutando las horas del reencuentro. Tú quieres saber cómo así fue que en estas otras Bodas, y sin la presencia de Jesús, el agua de la nostalgia terminó convirtiéndose en el vino de los abrazos. Les prometo que voy a intentarlo, pero, por favor, no sean duros a la hora de juzgarme.

Sábado 29 de octubre del 2005, 4:30 pm, redacción del diario Líbero.
Sí, he tenido que venir a trabajar. Había hecho todo lo posible por cambiar mi día de descanso, pero al final mi jefe se portó de una manera cruel: “Me complicas... no puedo cambiarte”. Así que aquí estoy. Se parece a esos absurdos días en los que uno insiste en ir a trabajar a pesar de la gripe y los 39 grados de fiebre. Y todo para que alguien diga: “Mira por ejemplo a Bruno, que incluso enfermo viene a trabajar”. Qué estupidez. Lo que pasará es que no vas a poder chambear porque la fiebre te va a subir, terminarás yéndote igual, pero probablemente al hospital. En mi caso es a la iglesia. Y no he dejado de contar los minutos para irme. Porque a pesar de mi jefe o de lo que fuera, yo sólo estoy aquí para cumplir un tontísimo acto de presencia. Apenas den las 5:00 me voy sí o sí, porque el tiempo me da justo: A la casa de Cachito, donde me esperan mi traje, mi corbata y mis zapatos lustrados, y de ahí son solo dos cuadras a la iglesia. Sin salirme de los planes, estaré entrando a la iglesia unos minutos antes de las 6. Como debe ser.



5:50 pm, Iglesia Nuestra Señora de Guadalupe.
No hay nada como ser puntual, sobre todo porque te das cuenta que en esos minutos previos al inicio de la ceremonia eres... ¿el único? No, por ahí hay alguien más. Pero de todas maneras no somos más de 7 personas. ¿Qué? Todo el esfuerzo que hicimos durante los últimos meses... para esto. Todos te dicen sí, sí, sí... y al final... nada... Y encima llega el profesor Coloma y tengo que saludarlo. Me imagino que será duro conmigo en este momento: “¿Qué pasó con tu gente? Yo pensé que iban a venir más”, y yo preocupado pienso en las posibilidades: “Usted ya sabe... uno no se puede confiar” o “A última hora varios me han comunicado la imposibilidad de...”, pero de pronto la nube se desvanece. Justo cuando estoy abrazando a Coloma puedo ver detrás suyo un gran número de personas elegantemente vestidas. Sí. En el fondo yo estaba seguro de que vendrían, nada más que la mayoría siempre llega a última hora. Y empiezan los saludos. Podemos estar muy cambiados y hasta no reconocernos a la primera, pero el cariño siempre es el mismo. Y Carlitos me abraza, y yo abrazo al sujeto gordo en el que se ha convertido Carlitos, pero es el mismo Carlitos; luego está Federico, más impasible que yo, así que hago el esfuerzo por sacar algo de efusividad para saludarlo; Víctor está muy cambiado, pero aun así logro identificarlo... cuando lo saludo por su nombre sus ojos me muestran sorpresa y gratitud. Casi nadie lo reconoce o han olvidado su nombre, pero yo no. Si estuviera en campaña política hubiera subido algunos puntos en las encuestas. Como decía alguien: “De aquí a la prejidenjia”, pero ese alguien tenía la ventaja del paladar hendido y resultaba gracioso. Yo no.

La música del órgano nos llama al interior de la iglesia y los saludos quedan suspendidos. Sé que luego habrá oportunidad de más abrazos, pero en el momento que empieza la misa siento la angustia de no poder seguir saludando. Veo entrar a los que llegan siempre tarde, buscan alguna banca donde sentarse, y yo no sé si levantar el brazo o atender la misa... En algún momento pensé que a la iglesia irían pocos, que la mayoría llegaría directamente a la fiesta. Me equivoqué otra vez. Es un gran número. El ala principal de la iglesia está completamente llena. Me esfuerzo por atender la ceremonia, porque el cuello se me tuerce para uno y otro lado. Quiero verlos a todos, cruzar miradas con mis amigos... Recuerdo cuando estábamos en el Guadalupe y, una vez por semana, nos llevaban al templo obligados a confesarnos. Y yo rebelde, como siempre que tratan de obligarme, buscaba las miradas de mis compañeros para hacerles un guiño, una mueca o algo que perturbara aquella quietud a la que nos sometían la Madre Domitila o la Madre Ágata. Ahora ellas ya no están, pero tengo la misma sensación de querer romper sin más con la solemnidad. Respiro hondo y pienso que este es un momento importante y hay que atemperar las ansiedades. Muchos de mis compañeros participan activamente en la misa. Las moniciones las hace Ricardo... con él fuimos acólitos en esta misma iglesia, con nuestras túnicas blancas con pecheras negras... ahora Ricardo se prepara para ordenarse sacerdote, y yo... yo no. Marietta hace la primera lectura, Mónica la segunda, Víctor, Coco, Paty, Verónica hacen las peticiones. Aurelio y Charo traen al altar las ofrendas junto con Mary y Jesús. Las palabras del cura me han calado, y supongo que a todos, porque nada más recibir la bendición final rompemos en aplausos... y yo tengo, digamos... un exceso de humedad entre mis párpados

Ya fuera del templo, en el atrio, reanudamos los saludos. Ahora están todos, incluso los tardones, y es el momento propicio para la gran foto. ¿Y quién puede organizar a 80 personas para que se dispongan para la foto, si todos quieren verse, abrazarse, encontrarse? Un chispazo de lucidez y un par de voces estentóreas lograron el propósito, y el atrio se llenó de destellos y sonrisas. Y me preguntarás a qué olía el aire. Pues bien, el olor me llenó de nostalgia. Yo jugaba mucho, cuando era chico, con unas plantas que producen una especie de racimo de flores muy pequeñitas y de varios colores: lilas, amarillas y naranjas. Sería muy útil en este momento saber el nombre de la planta. Recuerdo que quitaba cada florecilla y luego las metía una dentro de otra, formando algo así como pequeñas torres de colores. Y recuerdo también que el follaje tenía un olor a hierba muy fuerte, parecido al geranio. Ese era el olor. Y el placer del reencuentro tuvo en ese momento el aroma de la nostalgia de mi niñez.

(Continúa...)

 

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