Los 25 años de la promoción 80 (continuación) por Bruno Alessi (80)
7:50 pm, Círculo Militar del Perú
Parece que los saludos nunca van a terminarse... y la gente va a seguir llegando y vendrán más abrazos. El maitre al parecer tiene la misma preocupación, porque se me acerca para preguntar a qué hora se va a servir la cena. “Yo te aviso, Soto”. Y otro preocupado por el caos es Cachito. En las reuniones de la comisión organizadora yo era generalmente el encargado de poner orden. “Señores, por favor, vamos a empezar la reunión”; “A ver, por favor, hablen uno por uno. Tiene la palabra Kike”. Y ahora Cachito quiere hacer lo mismo. Pide silencio, que se ubiquen en sus mesas y que se queden bien sentados. No, Cachito, ahora es imposible. No les puedes quitar este momento. Y Cachito me mira, me lee el pensamiento y nos reímos. Instantes como estos tenemos que vivirlos, porque son irreproducibles. De ahí en adelante salvo el momento en que sirvieron la comida, en el que por fin todos estuvimos en nuestras mesas, sentados y bien quietos, todo fue fiesta, celebración, en su más puro significado.
La alegría se apoderó del local, y no exagero. No vi una sola cara triste, un solo gesto incómodo, no hubo reproches ni discusión alguna. Nada. Solo sonrisas y afectos, palabras de cariño, palmadas en la espalda y baile, harto baile. También hubo bastante trago, pero ninguna borrachera, y eso, creo, dice mucho. Y en tanto baile y baile, más de una vez pude cruzarme con Mónica (con quien, por cierto, no llegué a bailar, así que nos tenemos una deuda mutua) y alimentarme de su gozo. Alegrarme de su alegría. Todos tenemos nuestra particular forma de percibir, procesar y expresar pensamientos y sentimientos. Unos más entusiastas, otros más apagados... Pero lo de Moniquita fue para ponerle marco. Si hubiera tenido un vibrómetro, en ese momento el indicador marcaba el máximo de ondas positivas. De poseer el don de ver las auras, no me hubiera privado de ver alrededor de ella una intensa luminosidad muy blanca. Si no hubiera estado distraído con tanta gente y tanto cariño, me habría dado cuenta que Mónica levitaba, flotaba, surfeaba en su propia felicidad. Y su sonrisa era lo más bonito de la fiesta. Comparar esa sonrisa con un color no sería suficiente. Tendríamos que decir, en todo caso que era del color de la primavera. ¿Existe?
Y por último, nuestros profesores...
Siento que no disfruté con ellos tanto tiempo como hubiera querido. Pero en realidad toda dimensión quedó escasa. El tiempo se hizo corto no solo para estar más tiempo con el Coloma, el Echegaray o el Loco Sánchez, sino para todo. Cuando nos percatamos (en realidad nos avisó la Administración), ya era hora de irnos. Algunos a seguirla, a exprimir los últimos minutos de la madrugada, otros a descansar y a guardar en ese sueño la bella e intensa experiencia del reencuentro. Pero mucho antes de eso, mientras comíamos, también disfrutamos de una proyección de fotos.
Algunas de primaria, otras incluso de cuando se construyó el colegio, en la época que apenas salíamos de kindergarten y ni siquiera sabíamos que existía secundaria. Para el caso, las luces del salón se habían atenuado y en las mesas solo una vela nos permitía distinguir nuestro plato y nuestra copa. Fue el momento más silencioso de la velada, aunque no faltaron risas, aplausos y comentarios bulliciosos de rato en rato, cuando la foto proyectada nos decía algo más, le daba un plus a nuestra mente y a nuestra memoria. La única luz intensa provenía de la puerta, muy cerca de la pantalla. De pronto, una silueta se detuvo justamente allí. A contraluz era imposible reconocer las facciones, pero la talla, la contextura, las manos a la cintura y las piernas en arco no dejaban lugar a dudas. Raúl Vera Cubas había hecho, sin proponérselo, una entrada espectacular. Supongo que algo de celos habrá causado a los demás profesores este evento, porque inmediatamente detuvimos la proyección, prendimos las luces y nos lanzamos a saludarlo.
¿Qué más les puedo contar? Al final el comentario era casi unánime: ¿Cuándo volvemos a reunirnos? Porque, como ya te comenté, el tiempo fue cruel enemigo del disfrute. Y aunque no hubo gente ebria (ya lo dije también) todos estábamos borrachos, con esa estupenda embriaguez que solo produce el vino de los abrazos
Lima, noviembre 2005
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